lunes, 30 de octubre de 2017

ALFONSO X "EL NECIO"



No es fácil ser rey en la monarquía de la opinión pública -pensó Alfonso - mientras salía por primera vez de su despacho de catedrático de derecho constitucional.
Supo que, en adelante, la república de las letras, no podía sólo sostenerse sobre las magras patas del oligopolio editorial. Y se compró una hamaca de Jauja.
La opinión pública fue adquiriendo insensiblemente un aspecto depravado y monstruoso, avejentado por el abuso de su constitutiva juventud: le brotaron tentáculos de mala baba rampante.
Al cuarto día de ejercicio, Alfonso era ya un experto desconocedor de la realidad del país, cuyos conceptos manejaba con sumo cuidado de relojero, por una especie de pudor intelectual, ajeno al sentir general del pueblo llano.
Leyó la historia de las leyes cardiales, la medular secuencia emocionada del mundo, en sus aspectos señeros, y supo que el hito histórico perece de ahíto intrahistórico.
En la sexta jornada, volvió a la primera, donde, saliendo por primera vez de su recién estrenado despacho, pensaba en el delicado caso de la constitución de la ley, y de su efectivo imperio: suma de la imperiosa necesidad de la historia universal devorándose, saturnal, a sí misma, a sus hijos.
En la séptima, certificó de manera científica la muerte de los predicadores, demostrando empíricamente que morirían infectados de su propio veneno.
Que de esa picadura mortal, él podría también palmarla en cualquier momento, sepultado por el horrible peso del cefalópodo sabelotodo, móloc de la marihuana, excitante y fruitivo pulpo recalcitrante de la opinión pública, bífida, tránsfuga, liquida y nada.
Noveno grado de necedad preternatural, por días que podrían contarse como años, y años en vías de disolverse en minutos, pero consciente de ser defensor de la legalidad frente a la cuestión clave de su vigencia.
El término de la romería de profesor fue la corona de necio, que obtuvo en la madurez de su empleo, denostado por una minoría inmensa, épicamente ruidosa. Un rey republicano, como cada uno en su casa, y Dios en la de todos.


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