jueves, 28 de febrero de 2013

EL APUNTADOR


Era la primera vez que visitaba el pueblo de mi novia. Me extrañó comprobar nada más entrar que la única calle que había a la vista era curva, me dijo mi novia que podría perderme si no preguntaba. Los lugareños de este pueblo tienen fama de ser muy simpáticos y en exceso serviciales, así que me acerqué a un señor con sombrero y la nariz roja y le pregunté:
       - Buen día caballero, ¿sabe usted como puedo llegar a la calle Crisantemo?
      -¡Cómo no! ha de seguir usted esta calle que tiene enfrente y en el primer cruce a la derecha comienza la calle Crisantemo.
Le di las gracias y me introduje tan campante en la calle que me había indicado este amable señor, pensando que la fama de sus habitantes es justa, me alegra comprobar que el género humano colabora. Al llegar al cruce entré a la derecha y miré el nombre de la calle para constatar que no me había equivocado, pero la calle se llamaba Gladiolo.

Inquieto, pensé que igual había entendido mal al señor del sombrero, que, de pronto, pasaba por allí.
        -¡Oiga!- le dije- ¿se acuerda de mí?, le he preguntado hace un momento por la dirección de la calle Crisantemo...
        - Pues la verdad es que no le recuerdo, discúlpeme, quizá haya sido mi hermano Ruperto, somos gemelos. Dígame, ¿a qué calle va?.
Respiré aliviado y le dije a dónde iba, entonces alzó el brazo como su hermano, y, mostrando las paletas de los dientes con una sonrisa de oreja a oreja me dijo:
        - Tome usted toda esta calle Gladiolo, entera, y cuando llegue al final, grite -¡Crisantemo!, con todas sus fuerzas.
La dirección estaba clarísima, aunque lo de gritar el nombre de la calle al llegar me dejó pensativo. ¿Qué pasaba en ese pueblo? ¿Había quizá una extraña consigna entre sus habitantes para que todo forastero que llegara no se perdiese nunca?, quién sabe si acaso no era una manera de hacer participar a todo el pueblo en ese espíritu de concordia y solidaridad con los visitantes, que sustentaba el buen nombre de todos ellos. Iba haciendo cábalas con estas cosas y la calle aún no terminaba, miré el final pero no se le veía; así que grité igualmente lo más fuerte que pude, como en aquellos tiempos que cantaba opera en la ducha::
         - ¡Crisantemooooooooooooooo!
Al instante salió Margarita, mi novia, con una sonrisa gigante en los labios y me dijo:
         - Pero qué te pasa, alma de cántaro, ¿por qué gritas así?
         - Dos señores me han indicado el camino pero esta calle no debería de ser la calle Crisantemo, sino la calle Gladiolo, eso decía el apuntador, que al final de la calle Gladiolo, gritando el nombre de la tuya te encontraría.
         - ¿Y no ha sido así?, me dijo Margarita, con un gesto de pícara sabiduría.
         - Pues sí, pero aún no había llegado al final de la calle, lo he gritado por desesperación.
Margarita me explicó que su pueblo sólo tiene una calle, la calle Gladiolo, que se prolonga en espiral hasta el centro de la villa, donde está, como todo el mundo sabe, la iglesia y el ayuntamiento. Estos dos vecinos del pueblo eran una pareja de payasos gemelos, Ruperto y Bombín, que habían sido contratados por el consistorio, para dar esa imagen despreocupada y acogedora del pueblo. En ese momento pasó uno de ellos haciéndose el distraído y le dije:
         - ¿Es usted Ruperto o Bombín?
         - Depende - me respondió-.
Le dí un guantazo en la boca y se le cayeron las paletas, huyó llorando y llamando a su hermano. A veces la fama de los lugares es un timo.

Dibujo de Carl Kylberg

2 comentarios:

  1. La fama, siempre que es forzada, deviene en payasada.
    En un aocasión, cuando fui joven, un francés en Salamanca me preguntó por un hotel y lo mandé hacia donde creía que estaba. Al volverme descubrí el rótulo del hotel en cuestión, pero el preguntador ya había partido. Bueno, después de todo era francés, pensé.
    Salud.

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  2. Es una historia bonita esta que me cuentas. Siempre he pensado que el mundo es un calidoscopio donde encontramos cosas y personas muy lejos de donde pensábamos que estaban.
    Salud

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