miércoles, 29 de febrero de 2012

Futuro en sepia.


                                       Un velero_CANTIÑAS DE HUELVA by Niña de la Puebla on Grooveshark



Banco Santander Las Vegas

Botín intentando hipnotizarme.
   La semana pasada terminaron la remodelación de la sucursal del banco Santander donde tengo la cuenta. Ha quedado monísima. El ominoso metacrilato gigante de las cajas  ha desaparecido. Ahora parece un Belén con Pepe y María ( los empleados de caja) atendiendo amablemente la llegada de la comitiva de pastores, artesanos, afiladores con caramillo, reyes magos de las finanzas y demás fauna y flora vegetativa que acuden a adorar al niño Jesús (ausente). He ido a cancelar la cuenta. En concepto de gastos de adoración he pagado dieciocho euros. Confío que al menos lo gasten en pañales. He echado en falta una maquina tragaperras en la sala general y una mesa de ruleta francesa en el despacho de la directora. Con una especie de sano cabreo, salí cantando esta canción imitando a Elvis Presley (las personas me miraban con gesto admirativo; canto muy bien):

martes, 28 de febrero de 2012

Brigida del Río.

La barbuda de Peñaranda, de Sánchez Cotán.

                                         Hermana marica by Paco Ibañez on Grooveshark


lunes, 27 de febrero de 2012

Merecido descanso.

La estatua de la libertad, por fin libre.
   Llevo ciento veinte años iluminando la Tierra con la idea de la libertad. En todo este tiempo he visto pasar muchas generaciones de seres humanos que me miraban ilusionados. Muchos de ellos honradamente pensaban que lo máximo a lo que podían aspirar en la vida se cumpliría bajo el amparo de la inmaculada concepción que me creó, cuya venerable tradición multisecular guarde el FMI y el FBI, a buen recaudo, en los tiempos que vienen: sí, lo peor está por llegar. Yo no aguanto más, me he quitado la diadema de Miss Mundo, he apagado la antorcha y emigro. Me vuelvo a París a disfrutar de una jubilación a mi medida, en compañía de la Torre Eiffel. Pienso utilizarla de biblioteca. Estoy harta de leer reclamos publicitarios. No se imaginan como me duele el hombro derecho. Me importa un pito lo que pongáis a partir de hoy en la peana, por mi podéis colocar si queréis una réplica gigante del payaso de Mac Donald. Buenas tardes.



Three steps to heaven (Tres pasos hacia el cielo) by Silvio y Sacramento on Grooveshark

mujeres y hombres

  

Naripenis Constructor

Visión aumentada un trillón de veces de un naripenis constructor.
  
     No se asusten. Este ser que ven ilustrado encima del texto es inofensivo por completo. Su tamaño es equivalente al de un piojo, pero aunque habita en las camas, no se dedica a labores subrepticias en el cuero cabelludo del humano. De día se emplea fatigosamente fabricando una compleja red de galerías y pasadizos dentro de la almohada con su nariz succionadora. Por la noche recoge con cuidado todos los restos de sueños que dejamos y los almacena pacientemente en las galerías sin fín. Algunos científicos ya han lanzado la hipótesis de que nuestros sueños constituyen su alimento. Pero es sólo eso, una hipótesis.

Sobre la educación.


Una voz fundamental para comprender y mejorar la educación en España.






sábado, 25 de febrero de 2012

No es un ejercicio de lógica, sino de ética.


  El diálogo es el paisaje natural de la argumentación, y el único lugar en que el consenso democrático puede darse. Si no se acepta, de partida, que la unidad de una idea reside en la diversidad de objetos o seres que la justifican, un libro puede convertirse fácilmente en arma arrojadiza o una porra de la polis, en verdad absoluta.


*PARMÉNIDES. 
¿Te parece, que la idea está toda entera en cada uno de 
los objetos múltiples, permaneciendo una, o cuál es tu 
opinión? 

SÓCRATES. 
¿Y qué impide, Parménides, que no esté toda entera? 

PARMÉNIDES. 
La idea una e idéntica estará por lo tanto y a la vez 
toda entera en una multitud de objetos, separados los 
unos de los otros; y por consiguiente, ella estaría sepa- 
rada de sí misma. 

SÓCRATES. 
Nada de eso; sino que así como la luz, permaneciendo 
una e idéntica, está al mismo tiempo en muchos lugares 
diferentes, sin estar separada de sí misma, así cada idea 
está a la vez en muchas cosas, y no por eso deja de ser 
una sola y misma idea. 



Hay caminos para conciliar los excesos de idealismo y pragmatismo que minan la opinión pública y la dejan huérfana de argumentos. Me temo que una mayoría muy significada de los que tienen razones de peso para ser moderados, no están por la labor. Una lógica exenta de finalidad moral está muerta.

* de Parménides o de las ideas. Platón






viernes, 24 de febrero de 2012

Lo siento.

   Soy alérgico a los perros. Es una reacción psicosomática. Los síntomas son inofensivos pero se asemejan peligrosamente a los que me producen los documentales sobre la fauna de las fosas abisales, es decir: erizamiento del vello, irritabilidad e inflamación del paladar, todo ello aderezado con una sinestesia que linda con un hastío subcutáneo. ¿Quién no ha creído oír alguna vez mirando los ojos húmedos de un perro una extraña llamada a la conmiseración o la ternura? Definitivamente los chuchos tienen alma, o al menos, lo parece. Por esta razón aún me molesta más este curioso rechazo visceral; le miran a uno así, levantando ligeramente la patita y parece poco educado negarles un poco de atención, sobre todo si sus dueños están presentes: el prestigio del can muchas veces va ligado al de su acreditado propietario. Esta tarde, mientras leía absorto en un parque, se acercó hacía mí un perrito de aspecto simpático, si bien un poco pedante, y ni corto ni perezoso, de un brinco se encaramó al banco sentándose a mi lado. Fingí, en un primer momento, no darme cuenta, pero al cabo de unos minutos en que he creído percibir una especie de velado gruñido que parecía un suspiro, el can me ha dirigido la palabra mientras yo intentaba ocultar mi estupefacción, diciéndome:
   -¿ Sería tan amable de darme fuego?
  - Sí, cómo no - le he respondido, al tiempo que comenzaba a sentir un picor molesto en el velo del paladar-. He aprovechado para encenderme un pitillo también, por no desentonar.
Después de la primera calada, el perrito se ha presentado cortésmente:
  - Me llamo Sadie, encantada -dijo, con una voz aflautada y melosa-.
  - Con el vello de punta y no menos respetuosamente, le he contestado:
  - Encantado, Sadie, no quisiera contrariarle pero he de irme, quizá otro día...le dije, esbozando una sonrisa.
  - No le entretengo mucho, no se preocupe, por favor sea usted gentil, lo que tengo que decirle le concierne.
Me quedé frío. Me dijo que somos vecinos, que su ama es concertista de piano, que algunas noches me había escuchado toser con la carraspera típica del fumador y que quería recomendarme un neumólogo, una eminencia de médico. Sentí un escalofrío en todo el cuerpo que comenzó por la nuca y  se prolongó hasta los pies subiendo al mismo tiempo hasta la coronilla. Armándome de paciencia le pregunté si el tal doctor era privado o pertenecía a la seguridad social. Con un tono autosuficiente y no exento de cinismo, me contestó que por supuesto era de pago, que su cobertura sanitaria era mejor que la mía y...( ésto fue lo mejor) que por esa razón se había compadecido de mí acercándose con la mejor de las intenciones a recomendarme lo más adecuado para mi salud.
No pude contenerme, agarré a la perrita sin contemplaciones y acercándome decidido a la ribera del río, tiré a Sadie al agua. Lo siento, sé que he cometido un acto horrible. Fue una reacción psicosomática. Espero que lo comprendan.

                                     Un Vals Tonto by Cabo San Roque on Grooveshark

Santa Illa School y otras subvenciones.

   Qué buena tarde. El río Guadalquivir y todo lo que le rodea a su paso por Córdoba proporciona un bienestar diferente al que procura el Estado del Bienestar, para el que hay que tener una cantidad estimable de euros europeos a plazo fijo, durmiendo el sueño de los justos en una entidad bancaria. Entidad era la palabra que andaba buscando para definir a Dios. Juan Luís Vives me ha refrescado la memoria. En De subventione pauperum con latín pausado y reverente advierte este humanista de triste recuerdo en estos días, la conveniencia de no mirar al prójimo por encima del hombro, de no torcer el renglón que magistralmente creó natura con leyes rígidas y clasistas, profanas al fin y al cabo, en beneficio del pragmático "mío": libertad individual del que no tiene otra, o del que tiene demasiada. En este sentido,  un amigo me comentaba ayer por estos pagos, lo depauperado que esta el "nosotros". Hoy me lo ha confirmado también un buen señor, sargento de la Policía de Barrio, que después de ultimarme para que recogiera los aperos del músico ambulante y me fuese a otra parte con la guasa, ha querido amablemente argumentar y justificar su delicado cometido con las siguientes palabras: "...es que se nos está llenando esto hoy de músicos y de payasos." Ya ven, no espero compasión. Lo que si me parece una judiada es que la entidad "Santa Illa School"* deba un millón de euros y se indignen porque pretenden embargarlos. ¿Cuánto debía el diario Público?. Eso sí, la "buena educación" es lo primero. ¡Qué tarde hermosa! Si el señor agente de la policía local cordobesa ( el que besa de verdad, digo) hubiese leído una mala tarde al Doctor Lluís Vives, era la tarde perfecta. No desfallezco. Por cierto, aquí en el sagrado Bétis hay salmonetes de sobra.

Sin permiso no trabajas. ¡Salvemos los muebles!
                                                  ¿Inspirados en el futuro?*

                                         Ni Chicha ni Limonada by Victor Jara on Grooveshark

                                                

EL NIÑO TIRANO, cuento de Dino Buzzati

  

Pese a ser considerado un prodigio de belleza, bondad e inteligencia, el pequeño Giorgio era muy temido en su familia. Todos: sus padres, sus abuelos paternos y las criadas Anna e Ida, vivían bajo la pesadilla de sus rabietas, pero ninguno de ellos se hubiera atrevido a confesarlo; al contrario, proclamaban con obstinación que en el mundo no existía un niño tan bueno, afectuoso y dócil como él. Cada cual quería sobresalir en esa desenfrenada adoración, y temblaba ante la idea de poder provocar el llanto del niño de forma involuntaria: no tanto por las lágrimas en sí, en el fondo irrelevantes, como por las censuras de los demás adultos. De hecho, con el pretexto de su amor por el niño, todos ellos daban rienda suelta a sus perversas inclinaciones por turnos, controlándose y espiándose los unos a los otros.
  Pero las cóleras de Giorgio eran de por sí espantosas. Con la astucia propia de esta clase de niños, sabía medir perfectamente el efecto de sus diversas represalias. Y utilizaba sus armas de la siguiente forma: para las pequeñas contrariedades se echaba simplemente a llorar, pero eso sí, con unos sollozos que parecían romperle el pecho. En los asuntos más importantes, cuando la acción debía prolongarse hasta la satisfacción del deseo negado, torcía el gesto y entonces no hablaba, no jugaba y se negaba a comer, lo que en menos de veinticuatro horas sumía a la familia en una gran consternación. Cuando las circunstancias eran todavía más graves, sus tácticas eran dos: o bien simulaba verse aquejado por misteriosos dolores en los huesos, no pareciéndole aconsejables los dolores de cabeza y de vientre por el peligro de las purgas (y en la elección de la enfermedad se revelaba su quizá inconsciente perfidia porque, con razón o sin ella, se pensaba enseguida en una parálisis infantil); o bien, y tal vez era lo peor, se ponía a chillar: de su garganta salía, ininterrumpido e inmutable, un grito extremadamente agudo, imposible de reproducir por los adultos, que perforaba el cerebro. Prácticamente era imposible de resistir. Giorgio se salía rápidamente con la suya, con el doble deleite de haber satisfecho sus deseos y de ver a los mayores discutir, echándose en cara los unos a los otros el haber exasperado al inocente.
  Giorgio no había tenido nunca una sincera inclinación por los juguetes. Quería que fueran muchos y preciosos por pura vanidad. Le gustaba llevar a casa a dos o tres amigos e impresionarlos. Uno tras otro iba sacando todos sus tesoros de un armarito que tenía cerrado con llave, en una progresión de magnificencia. Sus amigos se morían de envidia y a él le divertía humillarlos.
  -No, tú no los toques, ¡tienes las manos sucias!...Te gusta, ¿verdad? Trae aquí, trae aquí, si no acabarás por estropearlo...Dime, ¿a ti también te han regalado uno como éste? (sabiendo de sobra que no era así).
  -Por la rendija de la puerta, sus padres y abuelos lo observaban tiernamente.
 -¡Qué gracioso!-susurraban-. Ya es un hombrecito...¡Mirad qué orgullo tiene!...Cuánto le importan sus juguetes, ¡sobre todo el osito que le ha regalado su abuela!
   Como si el hecho de ser celoso de sus juguetes fuera una virtud extraordinaria en un niño.
  Un día, un conocido trajo a Giorgio un juquete maravilloso de América. Era un "camión de leche", una reproducción perfecta de los camiones de leche de verdad: pintado de blanco y azul, con dos conductores uniformados que se podían poner y quitar, las puertas de delante que se abrían y neumáticos en las ruedas; dentro, amontonadas una encima de otra por medio de guías especiales, había muchas cestitas de metal, cada una con ocho microscópicas botellas selladas con un tapón de estaño. Y a los lados dos auténticos cierres metálicos de guillotina que, al abrirse, se enrollaban exactamente igual que los de verdad. Era sin duda el juguete más bonito y singular, y probablemente el más costoso, de todos los que poseía Giorgio.
  Pues bien, una tarde, el abuelo,  un coronel jubilado que por lo general no sabía en que ocupar su tiempo, al pasar por delante del armario de los juguetes, tiró por casualidad, como suele suceder, del pomo de la puerta. Notó que cedía. Giorgio la había cerrado con llave como de costumbre, pero el otro batiente de la puerta, en el que encajaba el pestillo, no había sido fijado con los pasadores arriba y abajo, de modo que ambos batientes se abrieron.
  Los juguetes estaban perfectamente ordenados en cuatro estantes, todos relucientes y nuevos, porque Giorgio no los usaba casi nunca. Éste estaba fuera con Ida, sus padres también habían salido y la abuela Elena hacía punto en la sala. Anna dormitaba en la cocina. La casa estaba tranquila y silenciosa. El coronel miró detrás de sí, como un ladrón. Después, con un deseo acariciado desde hacía tiempo, extendió sus manos hacia el camión de la leche que resplandecía en la penumbra.
  El abuelo lo colocó encima de la mesa, se sentó y se dispuso a examinarlo. Pero hay una ley secreta que hace que, cuando un niño toca a escondidas algún objeto de los mayores, éste enseguida se rompe. Lo mismo sucede cuando los mayores se apoderan de un juguete que el niño ha podido manosear, con una energía salvaje, durante meses sin llegar a estropearlo. Apenas el abuelo hubo alzado, con la delicadeza de un relojero, uno de los cierres laterales, se oyó un "clic": un listoncito de hojalata barnizada se desprendió y el perno sobre el que el cierre debería haberse enrollado osciló sin apoyo.
  Lleno de zozobra, el viejo coronel se apresuró a volver a ponerlo todo en su sitio. Pero las manos le temblaban. Tuvo claro que con su poca habilidad le sería imposible reparar el daño. Y no se trataba de una avería oculta, fácil de disimular. Una vez desgoznado el perno, el cierre dejó de funcionar y colgaba completamente torcido.
  Una desesperanzada consternación se apoderó del hombre que un día, al pie del Montello, había conducido a sus hombres en una carga suicida contra las ametralladoras de los austriacos. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral al oír una voz que parecía la del Juicio Final: -Válgame Dios, Antonio, ¿qué has hecho?
  El coronel se volvió. En el umbral de la puerta, inmóvil, su mujer, Elena, lo observaba con las pupilas dilatadas.
  -Lo has roto, di, ¿lo has roto?
  -Qué dices, no está... te ju... no es nada-gimió el viejo militar, moviendo confusamente las manos en el absurdo intento de reparar el daño.
  -¿Y ahora qué vas a hacer?- le apremió su mujer con ansiedad-. ¿Qué vas a hacer cuando Giorgio se entere?  -Te juro que apenas lo he tocado... debía de estar ya roto... Yo no he hecho nada -trató miserablemente de disculparse el coronel.
  Y si en algún momento se había hecho la ilusión de encontrar en su mujer cierta solidaridad moral, tal esperanza se desvaneció ante la indignación de la anciana.
  -Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada, ¡pareces un papagayo!...¡Si te parece se ha roto solo!...¡Al menos haz algo! ¡Muévete en lugar de quedarte ahí como un estúpido!...Giorgio puede llegar de un momento a otro...¿Y quién...(la voz no le salía por la rabia)...? ¿Quién te manda abrir el armario de los juguetes?
 No fue necesario nada más para que el coronel perdiera por completo la cabeza. Y para colmo de males era domingo, ¡imposible encontrar un operario que pudiera arreglar el camioncito! Mientras tanto, doña Elena, seguramente para no verse implicada en el asunto, se fue. El coronel se sintió solo, abandonado, en la ingrata selva de la vida. La luz declinaba. Dentro de poco se haría de noche y Giorgio estaría de vuelta.
  Con el dogal al cuello, el abuelo corrió entonces a la cocina en busca de un cordel, con el que, una vez levantado el techo del camión, consiguió fijar los extremos del cierre, de tal forma que éste quedó más o menos arreglado. Evidentemente ya no se podía abrir, pero al menos desde fuera no se notaba nada fuera de lo normal. Volvió a dejar el juguete en su sitio, cerró el armario y se retiró a su estudio justo a tiempo. Tres largos y prepotentes timbrazos anunciaron el regreso del tirano.   ¡Si al menos la abuela hubiera mantenido la boca cerrada! Pero no. A la hora del almuerzo, salvo el niño, todo el mundo estaba al corriente del desastre, incluidas las criadas. Hasta un niño menos astuto que Giorgio se habría dado cuenta enseguida de que algo insólito y sospechoso flotaba en el ambiente. En dos o tres ocasiones, el coronel intentó iniciar una conversación. Pero nadie le secundaba.
  -¿Qué os pasa?- preguntó Giorgio con su habitual descaro-.¿Os ha comido la lengua el gato?
  -Ah, ésta sí que es buena, dice que si nos ha comido la lengua el gato, ¡ja, ja!- dijo el abuelo tratando heroicamente de que todo se transformara en una broma. Pero su risa se apagó en el silencio.
  El niño no hizo más preguntas. Con una sagacidad casi demoníaca pareció entender que el malestar general tenía que ver con él; que toda la familia, por algún motivo desconocido, se sentía culpable, y que él los tenía en sus manos.
  ¿Cómo pudo adivinarlo? ¿Fue guiado por las ansiosas miradas de sus familiares que no se apartaban de él ni un instante? ¿O hubo alguna delación? El caso es que, finalizada la comida, Giorgio, con una sonrisita ambigua, fue al armario de los juguetes. Abrió de par en par las puertas y permaneció durante un largo minuto en contemplación, como si supiera que así prolongaba la angustia del culpable. Luego, después de haber hecho la elección, sacó el camión del mueble y, manteniéndolo apretado bajo un brazo, fue a sentarse en un diván, desde donde se puso a mirar a los mayores, uno tras otro, sonriendo.
  -¿Qué haces, Giorgino?- dijo finalmente con voz débil el abuelo- ¿No es hora de que te vayas a la cama?
  -¿A la cama?- fue la evasiva respuesta del nieto, y su sonrisa se transformó en una risa burlona.
  -¿Y por qué no juegas entonces? -se atrevió a decir el viejo, pareciéndole que una catástrofe rápida era preferible a aquella agonía.
  -No- contestó el niño despectivo-, no tengo ganas de jugar.
  Inmóvil, esperó una media hora y entonces anunció:
  -Me voy a la cama- y salió con el camioncito debajo del brazo.
  Aquello se convirtió en una manía. Durante el día siguiente y el otro, Giorgio no se separó ni un instante del vehículo. Incluso quiso tenerlo a su lado en la mesa. Pero no jugaba con él, no lo hacía rodar ni mostraba ninguna intención de mirarlo por dentro.
  El abuelo estaba en vilo.
  -Giorgio- dijo más de una vez-, ¿por qué nunca juegas con él? ¿Qué manía te ha dado? Vamos, ven aquí, ¡enséñame las botellitas de leche!
  En pocas palabras, le pesaba tanto el tormento de la espera que, sin importarle lo que sucediera después, no veía la hora en que su nietecito descubriera el desastre. Por otro lado, no se atrevía a confesar espontáneamente lo sucedido. Pero Giorgio se mantenía firme.
  -No me apetece. ¿No es mío el camión? Entonces déjame en paz.
  Por la noche , cuando Giorgio se iba a acostar, los mayores discutían.
  -¡Díselo de una vez! ¡Todo antes que continuar así! ¡Ya no vivimos por culpa de ese maldito camión!
  -¿Maldito?- protestaba la abuela-. No lo digas ni en broma...Es el juguete que más le gusta de todos. ¡Pobre niño!
   El padre no le hacía caso.
  -¡Díselo!- repetía exasperado-. Tú que has luchado en dos guerras, ¿vas a tener el valor de decírselo, sí o no?
  No hizo falta. Al tercer día, al ver aparecer a Giorgio con su camioncito, el abuelo no pudo contenerse.  -Vamos, Giorgio, ¿por qué no lo haces andar un poco? ¿Por qué no juegas? ¡Me hace muy mal efecto verte siempre con ese chisme debajo del brazo!
  Entonces el niño frunció el ceño disponiéndose a cogerse una rabieta (¿era sincero o interpretaba una comedia?). Después empezó a gritar y a sollozar.
  -¡Yo con mi camión hago lo que quiero! Dejadme en paz. Estoy harto, ¿entendido?...Puedo romperlo si quiero...Puedo pisotearlo...Así y así, ¡mira!
  Levantó su juguete con las dos manos, lo lanzó al suelo con todas sus fuerzas, y después se puso, en efecto, a pisotearlo, hasta que los desfondó. Aplastado el techo, el camioncito se hizo pedazos y las botellitas se esparcieron por el suelo.
  Entonces Giorgio se detuvo de pronto, dejó de gritar, se inclinó a examinar una de las dos paredes interiores del vehículo y aferró un extremo del clandestino cordel puesto por el abuelo en el cierre. Furibundo, lívido, miró a su alrededor.
  -¿Quién ha sido?-balbuceó-. ¿Quién lo ha tocado? ¿Quién lo ha roto?
   El abuelo, viejo combatiente, se adelantó un poco encorvado.
  -Oh, Giorgino, vida mía- suplicó la madre-. Sé bueno. El abuelo no lo ha hecho a propósito, créeme. ¡Perdónale, Giorgino mío!
  Intervino también la abuela.
  -Ah, no, criatura, tienes razón... Toma y toma, pega al abuelo malo que te rompe todos los juguetes... Pobre inocente. Le rompen los juguetes y luego además quieren que sea bueno, pobrecito. ¡ Toma y toma, pega al abuelo malo!
  De pronto Giorgio volvió a quedarse tranquilo. Miró lentamente las caras ansiosas que lo rodeaban y una sonrisa reapareció en sus labios.  -Si ya lo decía yo- dijo la madre-. ¡Siempre he dicho que es un ángel! ¡Giorgio ha perdonado al abuelo! ¡Mirad, es un bendito!
  Pero el niño volvió a examinarlos uno a uno: al padre, la madre, el abuelo, la abuela y las dos criadas.
  -Mirad, es un bendito...¡mirad, es un bendito!- canturreó imitándola. Dio una patada a la carcasa de su camión, que fue a chocar contra la pared, y después se echó a reír frenéticamente. Reía como un descosido.
  -¡Mirad, es un bendito!-. repitió socarrón, saliendo del cuarto.
  Aterrorizados, los mayores callaron.

jueves, 23 de febrero de 2012

Soy platónico en el jardín metálico

   Están retransmitiendo una minirevolución en Valencia, parece ser que se ha roto el aire acondicionado en un instituto y han saltado las alarmas. La policía ha acudido con presteza a sofocar los ánimos que estaban caldeados pero se han encontrado con una masa un poco informe parecida a la lista de amigos que tenemos en el facebook, cada uno con su carita de no haber roto un plato y una mochila de efectos personales "estilo Urdangarín". Se han repartido galletas del príncipe de Beukelaer con desigual fortuna y ha habido que lamentar una caries de un señor que pasaba por allí. Me violenta especialmente que estas cosas pasen en televisión, porque a veces los encuadres dejan mucho que desear, y porque en general, lo importante sucede fuera de plano. Tengo un conflicto moral. No sé si la actuación policial ha sido proporcionada, si la ha patrocinado el gobierno regional valenciano, si el Ministerio de Educación es accionista de una fábrica de galletas, o si Ché Guevara ha resucitado  y a Urdangarín le gusta la horchata de chufa. He seguido la recomendación de un señor de derechas; para no pecar de progre autocomplaciente  he leído "Trotsky y las orquídeas silvestres." Un texto de Richard Rorty (Wikipedia) en el que, a modo de sucinta biografía, se analiza el difícil maridaje, si no imposible, entre la realidad y la justicia. Convendrán conmigo que el tema, por su complejidad y calado, es mejor arreglarlo dialogando que merendando, por mucho que a uno le guste el Pan Bimbo. Este filósofo, en Estados Unidos, molestaba por igual a demócratas y republicanos.(El único que tiene la suerte de gustar allí es Woody Allen: el filósofo desnatado). Espero que algún párrafo les parezca revelador:




"No existe nada sagrado en la universalidad que haga que compartirla sea mejor automáticamente que no hacerlo. No hay ningún privilegio automático en aquello de lo que puedes convencer a todo el mundo (lo universal) frente aquello en lo que no puedes hacerlo (lo idiosincrásico)...

Esto significa que el hecho de que tengas obligaciones con otra gente (no comportarte como un matón, ayudarles a derrocar tiranos, alimentarlos cuando están hambrientos) no implica que lo que compartes con ellos sea más importante que todo lo demás...

Yo creo que esta práctica unanimidad de mis críticos demuestra que la mayoría de la gente - incluso gran cantidad de lo supuestos posmodernos liberados - todavía añora algo similar a lo que yo deseaba cuando tenía quince años; una manera de mantener unidas en una única imagen realidad y justicia. Más específicamente, quieren unificar su sentido de la responsabilidad moral y política con los determinantes últimos de nuestro destino. Quieren que amor, poder y justicia estén profundamente unidos en la naruraleza de las cosas o en el alma humana  o en la estructura del lenguaje o en algún sitio. Desean una suerte de garantía de que su agudeza intelectual y esos momentos extáticos y especiales que tal agudeza proporciona a veces, sea de alguna relevancia para sus convicciones morales. Todavía piensan que conocimiento y virtud están ligados de algún modo, que estar en lo cierto sobre asuntos filosóficos es importante para lograr acciones correctas. Yo creo, más bien que esto sólo es importante ocasional e incidentalmente."

 Texto completo galletita aquí



                                          Enamorado de la moda juvenil by Radio Futura on Grooveshark

Revolución, poema de León Felipe


Canción mexicana (Con música de la Valentina)                                                                                         
Siempre habrá nieve altanera
que vista al monte de armiño...
y agua humilde que trabaje
en la presa del molino.
Y siempre habrá un sol también,
un sol verdugo y amigo
que trueque en llanto la nieve
y en nube el agua del río.






FRIOLERAS ERUDITAS Y CURIOSAS


                                          Sonata in A major K 208 (adagio e cantabile) by Pierre Hantaï on Grooveshark





miércoles, 22 de febrero de 2012

tres tristes terrys

   Las vicisitudes del púgil dialéctico son menos evidentes y constatables que las de ningún otro, toda vez que hay momentos en que un buen par de puños se convierten en dos razones de más peso que argumento alguno. Con el tiempo, no obstante, la  pulcra honestidad del boxeador ha caído en descrédito. Ahora el héroe lucha con micrófono, y en compañía de sus más acreditadas opiniones recorre el orbe intentando seducir el intelecto de sus iguales. Está claro que este estilo de pugilismo es un avance civilizatorio.  El problema es que en no pocas ocasiones, la seducción se intenta utilizando métodos bien distintos como el soborno y el engaño, en cuyo caso; lo más educado sería partirle la cara al vocero de la actualidad. Es conveniente acordarse en esas ocasiones de Sócrates y la mayéutica, basada como saben en un diálogo de preguntas y respuestas, asentado a su vez en la muy sólida idea de que la verdad reside en el alma del ser humano, quizá escondida muchas veces, como se esconde el rostro el luchador cuando le sacuden, en espera de poder responder convenientemente. Creo  que el reglamento de este noble deporte es ejemplar y vendría de perlas en las redacciones de los diarios y en las salas de radio, donde tan a menudo se utiliza el golpe bajo o se abraza al contrario en un claro acto de cobardía. Hay que ganarse unos terrys.

Caída de ojos

   Medito frecuentemente en lo falible e imperfecto que soy. Quizá por eso mejoro a un ritmo tan lento como imperceptible. Si ya cuesta mantener el alma a raya y evitar que vaya distrayéndose en cualquier rincón, qué os digo de los ojos; esas luminarias por las que fluye la luz, ventanas por donde la belleza y las iniquidades se cuelan a partes iguales. No sé cómo pero llevo todo el día sin el ojo derecho, debe habérseme caído sin darme cuenta al atarme los zapatos o en la ducha. No es la primera vez que me ocurre. Esta caída de ojos me ha perseguido siempre (mírense bien si no les ha pasado nunca, es más frecuente de lo que parece): ese momento emocionante y único del primer beso fue el comienzo de esta historia. Yo estaba frente a Laura, una chiquilla encantadora con los dientes un poquito separados y unas pecas graciosísimas, nos besamos, al mirarnos a ella se le descompuso el rostro y le dije - ¿ Porqué me miras así?- parecía muy asustada y me dijo con voz trémula y entrecortada - ¡Es que se te ha caído un ojo!- No me asusté, no noté nada, miré al suelo y allí estaba mi ojo izquierdo, observándome impasible como si yo tuviese la culpa, lo cogí y me fui más triste que una petunia pensado que Laura no volvería a besarme nunca más. Así fue, quién podría reprochárselo.

                                          

   Hoy se me cayó el ojo derecho con el que veo todos los desastres, injusticias y barbaridades que el hombre comete a diario, así que llevo un día bastante tranquilo pero un poco aburrido. Voy a bajar a la óptica donde me conocen y estiman para adquirir uno nuevo, saben que soy una persona de natural pesimista y no podría sobrevivir mucho tiempo sin malas noticias. En cierta ocasión recuperé uno, lo descubrí viendo un programa de variedades en la televisión, así, encima del sofá como si tal cosa; se ve que cuando se independizan adoran las imágenes. De hecho, cuando fui a cogerlo rodó todo lo que pudo, se tiró al suelo y se escondió debajo del mueble-bar. De nada me serviría en esta ocasión denunciar la desaparición a la policía. Mis ojos tienen más vista que ellos. Donde pongo el ojo pongo el coñac.

Cinta de ilusos.

Austerity Gómez en plena recesión.
   El teletransportador de creencias o cinta de ilusos es un maquiavélico aparato en el que por un módico precio, el usuario, además de contribuir a aligerar su peso físico específico de carnes tolendas, se desembaraza de muchas ideas confusas y transitorias que sólo le sirven ( al menos eso cree él) para estorbar el transcurso normal de la vida moliente. El ejercicio en cuestión consiste en subirse al ingenioso cachivache y correr o andar hacia ninguna parte mientras se mira a través de una enorme cristalera perfectamente limpia el relajante ocaso de tu pueblo. Nótese que esta actividad puede hacerse también por la calle pero el resultado es prácticamente el mismo. La diferencia es que el teletransportador de creencias permite la posibilidad de imaginar con más rigor y sin distracciones, esos lugares que uno querría haber visitado. A la salida del gimnasio he preguntado a varios ilusos dónde imaginaban llegar con el teletransportador de materia grasa y en amplia mayoría gustan pensar que están haciendo el camino de Santiago, ignoro si por convicciones religiosas o turísticas. Seguiremos informando.

                                  Balletto by Girolamo Frescobaldi on Grooveshark

lunes, 20 de febrero de 2012

SALTO AL VACÍO

   

   Para contrapesar algunas ideas más bien vagas que sobre el oficio del arte tengo, estoy leyendo a Ramón Gaya, que supo como pocos definir el ámbito que le cabe a la crítica en relación al ejercicio del arte. A colación lo traigo, porque toda la polvareda que ha levantado esa solemne patraña de la escultura "Always Franco", a mí me ha servido para meditar mejor en algunas convicciones que tenía mal aprendidas y para afirmar un poco más otras sobre las cuáles tengo menos dudas ahora que antes. No creo que Duchamp represente ni un epígono de lo moderno, ni la piedra fundacional de lo postmoderno, éstas son frases que le cuadraría decirlas a un crítico de arte con gafitas de pasta. Duchamp, "acometió un salto al vacío" me decía atinadamente ayer un amigo. Al otro lado del salto le esperaba el crítico: el bienintencionado o el pedante. Veamos que dice Ramón Gaya:

  "Hemos visto aquí que la crítica no es tanto que sea errónea, equivocada, ni certera, sino sencillamente que no es; y no puede venir a ser porque carece de origen natural, carece de nacimiento, de alumbramiento. El punto de arranque de la crítica no es más, a lo sumo, que una simple ocurrencia. El punto de arranque del artista creador, en cambio, sí existe, y existe desde siempre, desde que el hombre es hombre, o acaso antes. Cuando aparece el hombre - el hombre común-, ya se encuentra allí, como agazapado, ese vívido impulso creador del que, por otra parte, no sabemos apenas nada. Desde luego es algo muy fuerte, muy vigoroso, pero sumamente enigmático. Es un impulso tan antiguo como actual. De pronto - como por ejemplo sucede en nuestros días - puede parecer que ese impulso ya no está, que ha desaparecido, que se ha convertido en otra cosa, en una industria, en un trabajo, en un oficio, en un capricho. Pero no es así. Lo que en realidad sucede hoy - en todo lo que va de siglo- es más bien que ese impulso ha caído en un compás de espera...necesario y descomunal. Pero un buen día aparecerá en el aire un Arco Iris inmenso y volveremos a tener poesía, música, pintura y escultura verdaderas, limpias, desnudas, sin colgajos adheridos, sin ingeniosidades pegadas, sin sustos, sin sorpresas, sin modas más o menos baratas, sin modernidades de tres perras. Y el crítico - el crítico honrado, el crítico ingenuo - caerá en la cuenta de su fea actividad. Acaso encuentre entonces un quehacer más puro: algo así, diríase, como...una confesión. No sería la confesión de unos pecados, ni tampoco de unas virtudes, sino la confesión de un sentir, de su sentir."
                                                                                                   Madrid,  1996
de Ramón Gaya, Antología, al cuidado de Andrés Trapiello. fundación santander central.

El Hombre Río es una escultura flotante anclada en el río Guadalquivir,
  delante del puente Miraflores en Córdoba, es una obra de los escultores
Rafael Cornejo y Francisco Marcos.

domingo, 19 de febrero de 2012

despistes II

   Hay que andar muy avisado con las conjeturas. Son unos seres frágiles y delicados, si se miran de perfil parecen voluminosos pero son completamente planos, de vistosos colores y curiosas formas legendarias. Son ubicuos y habitan en los lugares más insospechados. Esta mañana he pisado al incorporarme en la cama, sin querer (por supuesto) una conjetura que asomaba la cabeza por debajo de la jarapa. Emitió una queja leve pero inquietante, parecía decir "No creas que te va a salir gratis este descuido, soy la mensajera de tus convicciones." He ido a lavarme la cara con la sensación de que el encuentro era producto de mi imaginación, todavía aledaña al sueño y deudora de sus trampantojos, pero al levantar la tapa del inodoro la he visto claramente saltar a la taza y perderse por el desagüe como alma que lleva el diablo. Creo que era la misma que pisé. La muy ladina quiere hacerme pensar que estoy a punto de perder mis convicciones, he tirado de la cisterna con firmeza. ¿Dónde se ha visto que las convicciones necesiten de conjeturas para formarse? - me he dicho intentando calmarme-. Estaba excitado.

Conjetura en traje de baño.
Espero que el resto del día transcurra sin sobresaltos. Llevo muchos años, con muy distinta suerte, afianzando unas convicciones que me sirvan para caminar con paso seguro por la vida y no estoy dispuesto de ninguna manera  a que unas conjeturas lo manden todo al traste. A veces pienso que es muy posible que alguna de estas caprichosas criaturas se cuelen por la boca mientras duermo y pasen a ejercer de convicciones, suplantando mis criterios sobre las cosas y en general sobre la vida misma, pero afortunadamente acabo de ver una, con el rabillo del ojo, entrando al salón por debajo de la puerta mientras escribo estas líneas. Seguramente intentará sobornarme. No la dejaré. De día me defiendo bien solo.

sábado, 18 de febrero de 2012

Mera sugestión, cuento de Fernando Sorrentino


Mis amigos dicen que yo soy muy sugestionable. Creo que tienen razón. Como argumento, aducen un pequeño episodio que me ocurrió el jueves pasado.
Esa mañana yo estaba leyendo una novela de terror, y, aunque era pleno día, me sugestioné. La sugestión me infundió la idea de que en la cocina había un feroz asesino; y este feroz asesino, esgrimiendo un enorme puñal, aguardaba que yo entrase en la cocina para abalanzarse sobre mí y clavarme el cuchillo en la espalda. De modo que, pese a que yo estaba sentado frente a la puerta de la cocina y a que nadie podría haber entrado en ella sin que yo lo hubiera visto y a que, excepto aquella puerta, la cocina carecía de otro acceso; pese a todos estos hechos, yo, sin embargo, estaba enteramente convencido de que el asesino acechaba tras la puerta cerrada.
De manera que yo me hallaba sugestionado y no me atrevía a entrar en la cocina. Esto me preocupaba, pues se acercaba la hora del almuerzo y sería imprescindible que yo entrase en la cocina.
Entonces sonó el timbre.
—¡Entre! —grité sin levantarme—. Está sin llave.
Entró el portero del edificio, con dos o tres cartas.
—Se me durmió la pierna —dije—. ¿No podría ir a la cocina y traerme un vaso de agua?
El portero dijo «Cómo no», abrió la puerta de la cocina y entró. Oí un grito de dolor y el ruido de un cuerpo que, al caer, arrastraba tras sí platos o botellas. Entonces salté de mi silla y corrí a la cocina. El portero, con medio cuerpo sobre la mesa y un enorme puñal clavado en la espalda, yacía muerto. Ahora, ya tranquilizado, pude comprobar que, desde luego, en la cocina no había ningún asesino.
Se trataba, como es lógico, de un caso de mera sugestión.





microfábulas II, de cómo leer no es comer pipas

      Discurso de ingreso del sillón orejero uve doble minúscula en la Academia de Macadamia.


   
       Nobilísimos próceres del fruto seco que dais esplendor a la almendra y a la nuez quitáis el polvo. He pasado gran parte de mi vida sosteniendo vuestras orondas posaderas en horas interminables como bolsas de pipas mientras vosotros desgranabais una a una las páginas de la erudición científica o escribíais odas soporíferas a Borges, el gran patriarca del pistacho. Algunas veces, tras una pesada digestión habéis descargado sobre mí sonoras sentencias cuyo significado no he logrado discernir, pero que olían muy mal, y otras, vencidos por la modorra y el hastío burgués, dormíais la siesta y esperaba pacientemente (leyendo ese libro que os quedaba muerto en el regazo) a que os despertaseis, para vacar a mis ocupaciones de sillón orejero, cuales son: mirar la lluvia por la ventana, airearme en la terraza en primavera mientras disfruto con el canto del petirrojo (como sabéis tengo un oído privilegiado) y sobre todo, leer. Leer infinitas horas sin la molestia de tener que hacerlo detrás de ustedes con esa manía indómita que tienen de echar la cabeza de un lado a otro. Ahora que voy a disfrutar del privilegio de vivir aquí , en la Academia, espero que me concedáis el merecido descanso necesario para poder tapizar mis ya viejas pieles con la sabiduría que me negasteis.


viernes, 17 de febrero de 2012

REFLEXIÓN DE EMIL CIORÁN





  "Si cada quien confesara su más secreto deseo, aquel que inspira todos sus proyectos y todas sus acciones, diría: " Quiero ser elogiado". Nadie se decidirá a hacerlo, pues es menos deshonroso cometer una abominación que proclamar una debilidad tan lamentable y humillante, surgida de un sentimiento de soledad y de inseguridad padecido, con igual intensidad, tanto por los rechazados como por los afortunados. Nadie está seguro de lo que es ni de lo que hace. Por muy ciertos que estemos de nuestros méritos, estamos roídos por la inquietud y sólo pedimos, para sobrellevarla, ser engañados, recibir la aprobación de donde y de quien sea. El observador descubre un matiz suplicante en la mirada de todo aquel que ha terminado una empresa o una obra, o que se entrega simplemente a cualquier género de actividad."




* de La caída en el tiempo, Emil Cioran



EL EXTRAÑO CASO DE AURORA NECESITO MARIANO, dedicado a César Bruto


Leo en el Manila Inquirer una noticia espeluznante:
   "Se ha reconocido en el ambulatorio Nuestra Señora de Suzuki, distrito de Aguas Tibias, Manila, a una señiorita de nombre; Aurora Necesito Mariano, edad de 17 añojos. Disque venía compañada de una entraña dolensia. Al parecer habíase quedado dormida hace dos mieses con un parato de oyendo música eme pe y tres del tamaño de un carabajo pelotero. Se conose que con las tumbas y revueltas durmida en el colchón, al desperezarse por la matinal haciendo el típico figuro de alsar los brazos dilante del vidrio, ha visto que el susodicho parato micánico estaba incrustado en su axila derecha a la altura de los sinos. Imposible, relata la señiorita, de arrancar el eme pe y tres, que es como si formara aparte de su cuerpo, dise que lleva estos dos últimos mieses desesperanzada porque su vida se convirtió en un suplisio, sobre todo cuando acude a cargar el parato de dispendio musical, ya que tarda dos horucas en llenarse de alcalino y ha de permaneser sentada soportando la vibrasiones de la corriente alterna que le traspasan la dermi y llegan a las costillas dándole de una risa agotadora. Los expertos medicinos disen que el caso es único, aunque tiene una cierta cimilitud con otro de un señor de Tenesse al que se le incrustó su ordenador personal en la espalda y ahora trabaja de mesa de despacho para el director de la empresa Mansana del Paraíso, distribuidora de estos paratos. En unos días arriba a Manila un equisperto en la materia, el señor Pereira, doitor en psicocibernética que intentará una estracción indolora del cuerpo estraño con una singular tésnica de su invención consistente en poner unos temas del famioso artista pañol Raphael en el eme pe y tres, que al desir de este señor, son incompatibles con la vida orgánica, de esta manera, sostiene Pereira; -el parato caera solo, cuando las sélulas de la dermi se sierren sobre sí mismas rechasando las ondas raphaelianas-."

Doitor Pereira aguantando aluvión.

                                               Transmediterrani Expres by Pegasus on Grooveshark


jueves, 16 de febrero de 2012

pensamientos anotados II

   Esta noche me acuesto con Dostoyevsky, hace mucho fiodor. No me importa lo que piensen. Hurgando un poco en el Diario de un escritor he topado con una pregunta que quizá esté, a estas alturas,anticuada:

  "¿ Con qué defensas especiales cuenta la juventud, comparada con las demás edades, para que ustedes, señores míos, defensores de la juventud, le exijan, apenas salida de las aulas, una firmeza y una madurez de convicciones como no la tuvieron los padres de esos chicos que ahora son más difíciles de tener que antaño? Nuestros jóvenes pertenecientes a las clases intelectuales, que han recibido educación en el seno de sus familias, donde es lo más frecuente reinen el descontento, la impaciencia y la mayor incertidumbre ( no obstante pertenecer esas clases a la Inteligencia), y donde casi generalmente, en vez de la verdadera cultura, impera, la negación rotunda; donde los motivos materiales predominan sobre las ideas elevadas; donde se cría a los chicos sin pisar tierra firme, fuera de la verdad natural, en el desprecio o la indiferencia hacia la patria y en ese desdén burlón para el pueblo que en los últimos tiempos se ha difundido especialmente..., ¿ podrían encontrar ahí la verdad y una orientación infalible para sus primeros pasos en la vida? Vean ustedes, aquí está todo el arranque del mal: en la tradición, en la herencia ideológica, en la secular opresión nacional de todo pensamiento independiente, en la representación de la alta jerarquía del europeo a condición inexcusable de despreciarse a sí mismo en su calidad de ruso."

Dictadura del Euro.
   Creo firmemente que lejos de estar caducas, se pueden extraer unas enseñanzas muy necesarias de estas palabras. Me afirma en esta fe, estas palabras de Ángel Gabilondo, que en un lenguaje de absoluta actualidad se plantea similares dudas y preguntas:

"Algunas confusiones personales, sociales y políticas se sostienen en el hecho de no diferenciar lo individual de lo singular. Y suelen concretarse finalmente en algo parecido a “sálvese quien pueda”, “yo a lo mío”. En tal caso, el individualismo no tiene especiales dificultades para convivir con el egoísmo, incluso para identificarse con él. Disfrazado de contención en uno mismo, sin inmiscuirse en los asuntos ajenos, más bien se alimenta de una desconsideración para con lo colectivo y lo comunitario."

El artículo completo, aquí


La guerra de las salamandras, de Karel Capek

   La obra de Karel Kapec tiene analogías evidentes con la de Huxley, Orwell o Wells: es un análisis de la sociedad del hombre contemporáneo y una síntesis emocionada y lúcida de sus problemas...(tímidos aplausos). Para mi gusto los supera en sentido del humor. Aquí les dejo un pasaje de su novela, La guerra de las salamandras, donde acomete un ejercicio de estilo a medias entre la ciencia-ficción y la crónica periodística.

 Nuestro amigo de las Islas Galápagos 

   En viaje con mi esposa, la poetisa Jindra Sedilová-Chrudimska, para que la magia de las nuevas emociones hiciera olvidar en parte la muerte de nuestra noble tía, la escritora Bohumila Jandová-Stresovická, llegamos a las solitarias Islas de los Galápagos, coronadas de tantas leyendas. Disponíamos de dos horas, que aprovechamos para pasear por la playa de una de estas islitas del abandonado archipiélago. "Mira qué hermosa puesta de sol", le dije a mi esposa. "¿ No te parece como si el firmamento se ahogara en una inundación de oro y sangre?"

"¿ El señor es checo?", oí decir a mi espalda en puro y verdadero checo.

Andrias scheuchzeri
Volvimos sorprendidos la cabeza en dirección a la voz. No había nadie, a excepción de una gran salamandra que estaba sentada en las rocas y sostenía entre sus manos algo parecido a un libro. Durante el curso de nuestro viaje alrededor del mundo habíamos vista ya varias salamandras pero, hasta entonces, nunca habíamos tenido ocasión de hablar con ellas. Por eso comprenderá el amable lector nuestra sorpresa cuando, en un litoral tan abandonado, nos encontramos con Andrias y, además, le oímos hacer una pregunta en nuestro propio idioma.

  "¿ Quién habla ahí?", exclamé en checo.

  "Yo me permití ese atrevimiento, señor", contestó la salamandra levantándose respetuosamente. "No he podido remediarlo al oír, por primera vez en mi vida, hablar en lengua checa."

  "¿ Cómo?", exclamé maravillado, "¿usted habla checo?"

  " Precisamente estaba entretenido en la conjugación del verbo irregular
-ser-", contestó la salamandra. " Este verbo, en realidad, es irregular en todas las lenguas."

  "¿ Cómo, dónde y por qué ha aprendido usted checo?", pregunté yo.

  " La casualidad hizo llegar a mis manos este librito", contestó la salamandra, dándome el que tenía en sus manos. Era Lengua checa para salamandras y sus hojas llevaban huellas de un constante y aplicado uso. "Ha llegado hasta aquí junto con un envío de libros instructivos. Podría haber elegido una Geometría para Cursos Superiores de las escuelas de enseñanza media, una Historia de la Táctica Militar, la Guía de los Dolomitas o los Principios del bimetalismo. Sin embargo, preferí este libro, que se ha convertido en mi mejor amigo. Ya me lo sé completamente de memoria y, a pesar de ello, siempre encuentro en él fuente de entretenimiento y enseñanza."

  Mi esposa y yo demostramos nuestra alegría y admiración ante esta noticia y al oír su pronunciación casi comprensible.

  "Por desgracia, no hay aquí nadie con quien pueda hablar checo", nos confió con modestia nuestra amigo. "Y no sé exactamente si el séptimo caso de la declinación de la palabra "caballo" es kun, koni o konmi."

  "Konmi", le dije.
  "¡Oh, no, koni!, exclamó vivamente mi esposa.

  "¿Sería usted tan amable de contarme que hay de nuevo en Praga, la ciudad de las cien torres?", exclamo nuestro simpático amigo con entusiasmo.

  "No puede imaginarse como crece", contesté entusiasmado por su interés, y, en unas cuantas palabras, le dibujé el florecimiento de nuestra dorada metrópoli.

  "¡Qué noticias tan agradables!", dijo la salamandra sin ocultar su satisfacción. "¿Todavía están colgadas en la torre del puente las cabezas de los nobles ajusticiados?"

   "Hace tiempo que no", le contesté un poco sorprendido(lo reconozco), ante aquella pregunta.

  "¡Qué lástima!", exclamó la salamandra con simpatía. "Era un extraordinario recuerdo histórico. Clama al cielo que tantos recuerdos notables fueran destrozados en la Guerra de los Treinta Años. Si no me equivoco, la tierra checa quedó entonces convertida en un desierto, cubierta de sangre y lágrimas."

  "¿A usted le interesa nuestra historia?", exclamé lleno de alegría.

  "Desde luego, señor", aseguró la salamandra. "sobre todo el desastre de la Montaña Blanca y la esclavitud de los trescientos años. He leído mucho sobre todo ello en este libro. Deben estar ustedes muy orgullosos de su esclavitud de los trescientos años. Fue una gran época, señor."

  "Sí, una dura época", expliqué yo, "época de opresión y cólera."
  "¿Y gimieron ustedes?", preguntó nuestro amigo con gran interés.
  "Gemimos, sufriendo indescriptiblemente bajo el yugo de nuestros      opresores."

  "¡Cuánto me alegro!", suspiró la salamandra. "Mi libro lo dice así, exactamente, y estoy muy contento de que diga la verdad, Es un libro precioso, señor, mejor que la Geometría para Cursos Superiores. Me gustaría poder visitar un día el lugar histórico en que fueron ajusticiados los Señores de Bohemia, como también otros sitios donde se cometieron cruentas injusticias."

  "¿Por qué no visita nuestro país?", le propuse de todo corazón.
  "Gracias por su amable invitación", se inclinó la salamandra. "Por desgracias, no es tanta mi libertad."

  "Nosotros la compraríamos", exclamé yo. "Quiero decir, por medio de una colecta nacional podríamos proporcionarle los medios..."

  "Mis más sinceras gracias", murmuró nuestro amigo visiblemente conmovido, "pero he oido decir que el agua de Vitava no es muy buena. ¿Sabe usted? Sufrimos disentería en aguas turbias." Después meditó un momento y dijo. "Tampoco podría abandonar mi querido jardín."
  "Yo soy una jardinera entusiasta", exclamó mi esposa. "No sabe cuanto le agradecería que me enseñase la flora de aquí."

  "Con gran placer, honorable señora", dijo la salamandra inclinándose respetuosamente al hablar, "si no le importa a usted que mi jardín esté bajo el agua."

  "¿Debajo del agua?"

  "Sí, unos metros bajo el agua."

  "¿Y qué flores cultiva usted?"

  "Flores marinas en múltiples y raras variedades", respondió la salamandra. "También estrellas marinas y pepinos de mar, sin contar las matas de corales.¡Bendito sea el que cultivó para su patria una flor, como dice el poeta!"

  Sentíamos mucho el marcharnos, pero nuestro barco daba la señal de partida.
  "¿No desea encargarnos algo, señor...señor...?

 "Me llamo Boleslav Jablonsky", advirtió apresuradamente la salamandra. "Me parece un nombre muy bello, señor, lo he elegido del libro."

  "¿Qué quiere usted decirle a nuestra nación, señor Jablonsky?"

  La salamandra quedó pensativa un momento.
  "Dígales a sus compatriotas", dijo profundamente emocionada, "dígales...que no se dejen arrastrar por la vieja discordia eslava, que conserven agradecidos el recuerdo de Lipany, ¡y sobre todo, de la Montaña Blanca! "Salud, mis respetos", terminó de pronto, tratando de ocultar sus sentimientos.

  Nos fuimos al bote pensativos y conmovidos. Nuestro amigo, subido en las rocas, nos saludaba emocionado; parecía decir algo.

  "¿Qué grita?", preguntó mi señora.
  "No sé", le dije, pero me pareció oír: "Recuerdos al alcalde, Dr. Baxa"

de La guerra de las salamandras, Karel Kapec, Ediciones Hiperión




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